La India está cansada de que la agenda internacional gire en torno a Ucrania.
El ministro de Relaciones Exteriores, Subrahmanyam Jaishankar, lo dejó claro durante una conferencia de prensa en Nueva Delhi de la que participó LA NACION junto a otros medios internacionales en agosto. “Esto es el G20, no el Consejo de Seguridad de la ONU”, respondió tajante a las insistentes preguntas de los periodistas sobre el rol que ocupará la guerra en el evento de alto perfil que se celebrará este fin de semana en la capital india, para luego acotar que era momento de abordar asuntos más apremiantes y de mayor relevancia para el llamado Sur Global, al que el gobierno de Narendra Modi aspira a “darle voz” (como indica toda la cartelería de la frondosa y ajetreada ciudad).
Para el gobierno indio, que en diciembre pasado relevó a Indonesia en la presidencia del G20, es indispensable que el principal foro de deliberación económica se aparte de Ucrania principalmente por tres motivos.
El primero, es que supone una oportunidad estratégica para virar el foco desde Europa hacia los países en desarrollo y sus necesidades, como declararon hasta el hartazgo numerosos funcionarios.
El segundo, es que la India, fiel a su política de “multialineamiento” —como la llamó el canciller—, adoptó una posición más blanda con Rusia, su compañero de Brics y un destacado socio comercial en materia de Defensa, lo que podría traer alguna incomodidad con Occidente, un aliado cada vez más estrecho.
Y el tercero, y posiblemente el más importante, es que el simposio servirá al anfitrión como una opulenta vidriera para mostrarle al mundo que ya no es un país sumido en la pobreza, sino un motor de progreso camino a convertirse en la tercera economía del mundo para final de década (hoy ocupa el quinto lugar, después de haber desplazado recientemente a Gran Bretaña).
La provocadora ausencia del presidente Xi Jinping –de la que Joe Biden dijo estar muy decepcionado–, sin embargo, ha dejado un sabor amargo y amenaza con quitarle vigor a un megaevento en el que la India ha invertido más de 120 millones de dólares, según informó el Departamento de Obras Públicas; una cifra que incluye la construcción de edificios vanguardistas para albergar las reuniones de máximo nivel, el alquiler de 20 autos Audi a prueba de balas para satisfacer las necesidades de seguridad de los líderes y la contratación de más de 30 “hombres mono” para disuadir a los verdaderos macacos de comerse los coloridos arreglos florales.
Se estima incluso que el valor final es muy superior ya que no contempla el proceso de “embellecimiento” —o “beautification”, como ellos lo llaman— de las 60 ciudades que albergaron los eventos relacionados al G20 durante el año.
India se encamina a ser una de las máximas potencias
De acuerdo con proyecciones realizadas por Goldman Sachs, el peso del PIB mundial se desplazará sustancialmente hacia Asia en las próximas décadas
No obstante, el desplante del complicado vecino, que se sumó al previsible faltazo de Putin, podría no ser lo único que quite brillo al esplendor indio este 9 y 10 de septiembre.
A pesar del impresionante despliegue y del discurso oficialista, la escurridiza pobreza se filtra a través de las lonas erigidas por los organizadores del G20 al borde de las carreteras para esconder los precarios asentamientos, atentando contra los esfuerzos del gobierno indio por invisibilizar un fenómeno que es palpable incluso en las ciudades más pudientes del país.
En las calles de la Vieja Delhi, sobrecargadas de basura y con precarios cableados de electricidad, decenas de mendigos esperan en un lúgubre silencio a las puertas de los restaurantes el plato gratuito del día, mientras que en la industrial Ahmedabad, niños pequeños que cargan bebés malnutridos —35,5% de los menores de cinco años padecen retraso en el crecimiento por malnutrición— merodean obstinados alrededor de los pocos turistas para conseguir algunas rupias.
Un crecimiento imparable Sin embargo, los números vaticinan que el futuro para la India puede ser diferente. Según un reporte reciente de la ONU, al menos 135 millones de personas salieron de la pobreza entre 2015 y 2021, una disminución significativa de 9,89 puntos porcentuales en la pobreza multidimensional, pasando del 24,85 al 14,96 por ciento.
Hay otras cifras que representan el avance y la inversión del gobierno en los últimos nueve años; se proveyeron cerca de 40 millones de casas, se instalaron 110 millones de baños, se inauguraron 243 millones de canillas de agua potable y se construyeron 30.000 kilómetros de vías y 55.000 kilómetros de carreteras, casi cinco veces el diámetro de la Tierra. Además, en 2019, se pusieron en marcha los primeros trenes eléctricos completamente indios, los Vande-Bharat, en los que varios países han mostrado interés, incluido Chile, según reveló a LA NACION un funcionario del Indian Railway.


VidrieraEl G20 servirá a la India como una opulenta vidriera para mostrarle al mundo que ya no es un país sumido en la pobreza, sino un motor de progreso camino a convertirse en la tercera economía del mundo para final de década
“El objetivo es convertirnos en una nación desarrollada para 2047 –el centenario de la independencia– y elevar el PBI per cápita a 30.000 dólares; eso significaría que hemos sacado a todos de debajo de la línea de la pobreza”, afirmó en conferencia de prensa el sherpa Amitabh Kant, máximo coordinador del G20.
Por “todos”, Kant se refiere a alrededor de 230 millones de personas, más que la población de Brasil. Porque cada vez que se habla en términos absolutos en el país más poblado del mundo, las cantidades son abrumadoras.
La demografía india, con 1400 millones de habitantes de los cuales el 65% tiene menos de 35 años, es una de sus mayores virtudes, pero también de sus peores maldiciones. Es por eso que para garantizar un crecimiento más igualitario el gobierno ha apostado encarecidamente por el camino de la tecnología y de la digitalización, algo que ya ha traído numerosos frutos y por lo que Modi recibió elogios de los líderes mundiales en la cumbre de Bali, según contó al son de los vítores desde lo alto del Fuerte Rojo en el acto del 76º aniversario de la Independencia en Nueva Delhi.
La India ha desarrollado el programa de identificación biométrica más grande y sofisticado del planeta, Aadhaar, al cual está suscrito más del 90% de la población (casi 1380 millones de personas). Esta identidad digital, que puede vincularse a la cuenta bancaria del usuario y al número de teléfono y que permite hacer trámites, transferencias, recibir planes sociales, pagar servicios, etc., ha ayudado a aportar transparencia y a formalizar la economía.
Además, con sistemas de pago que no cobran comisión como UPI o Rupay, gestionados por la Corporación Nacional de Pagos de India (NPCI), una organización sin fines de lucro propiedad del banco central, el país se coronó el año pasado como líder indiscutido en pagos digitales, acaparando el 46% del total de las transacciones globales en tiempo real.
En los abarrotados callejones de Dharavi, la villa más grande de Asia, en los serenos campos del interior de Gujarat o incluso en los mercados informales que viven del regateo, la gente paga con QR.


PobrezaA pesar del impresionante despliegue y del discurso oficialista, la escurridiza pobreza se filtra a través de las lonas erigidas por los organizadores del G20
Al mismo tiempo, la India se está convirtiendo en el ecosistema de start-ups de más rápido crecimiento del mundo, con 108 unicornios y una valoración total de 341.000 millones de dólares.
Esto le ha valido una digna mejora en el Índice Global de Innovación (GII), pasando del puesto 81 en 2015 al puesto 40 en 2022. Elevar el perfil internacional La impresionante transformación de la India no sólo es de puertas para adentro.
Bajo el lema “Make in India” (“Hacer en India”), que en un futuro podría reemplazar al clásico “Hecho en China”, Nueva Delhi está expandiendo su capacidad de poder blando a pasos agigantados. Según datos de la Confederación de la Industria India (CII), hoy es el primer fabricante y exportador de medicamentos genéricos del mundo, el primer productor de vacunas, el primer exportador de servicios de tecnología de la información y el tercero en gasto en Defensa.
En estas últimas dos áreas, por ejemplo, Nueva Delhi está intentando impulsar una agenda de cooperación con la Argentina que incluye la venta de aviones y helicópteros militares y la promoción de un sistema de pagos digitales.
Además, muchos de los principales CEOs y líderes mundiales nacieron en la India o tienen ascendencia india. Por mencionar algunos, el premier británico, Rishi Sunak; la vicepresidenta de Estados Unidos, Kamala Harris; el director ejecutivo del Banco Mundial, Ajay Banga; y los CEOs de Alphabet, Microsoft, IBM, YouTube, Novartis, Starbucks, entre otros.
La India también ha tomado la delantera en materia climática y está en camino de cumplir sus objetivos de emisiones para 2030, según afirman desde el Instituto de Energía y Recursos (TERI). El país ocupa el octavo lugar en el Índice de Desempeño en Cambio Climático (CCPI 2023), siendo el único del G20 en figurar en el top 10. Mientras tanto, las enormes corporaciones indias, con generosos préstamos estatales, están invirtiendo en megaproyectos en todo el mundo.
El conglomerado Shapoorji Palonji, por ejemplo, ha construido autopistas, puentes, museos, hospitales, universidades y palacios gubernamentales en África, Medio Oriente y el Sur de Asia, y también ha puesto un pie en América Latina con proyectos de energía solar en la Argentina y Chile. La empresa Green Ko, por su parte, ha firmado un acuerdo con la Argentina para exploración y explotación de litio en Catamarca y mientras que la estatal Kabil también está buscando oportunidades en el país, además de en Chile y Brasil.
ReelecciónEl primer ministro, Narendra Modi, es un líder populista que en las elecciones de 2024 se enfrentará a una coalición opositora de 28 partidos.
Los ambiciosos objetivos incluso van más allá del plano terrenal; este gigante que se ha lanzado, con éxito, a la complicada misión de conquistar el espacio. El mes pasado, la India se convirtió en el cuarto país en llegar a la Luna, demostrando que, incluso con un programa de bajo costo, es un competidor tenaz en la carrera espacial y al que deben respetar hasta las naciones más desarrolladas.
Nacionalismo hindú y un cambio de nombre En este enorme proceso de modernización, los analistas no pueden evitar reparar en el punto de partida: la década de 1980. “Aunque la India se ha quedado atrás de China desde que ambos países se abrieron al mundo en la década de 1980, el gobierno indio está tomando medidas para finalmente desafiar a su mayor competidor económico”, se lee en un artículo de Bloomberg.
La enorme diferencia, sin embargo, es que la India es una democracia –aunque deficiente según el índice de The Economist–, y la más grande del mundo, como se regodean allá constantemente.
Pero los temores a un rápido deterioro institucional se hacen sentir en diferentes lugares del país. “Nueve años en el poder es mucho tiempo y mientras más años pasan más tirano se vuelve”, dice Rajesh, un gerente de hotel en Nueva Delhi, a LA NACION, en referencia al primer ministro, un líder populista que en las elecciones de 2024 se enfrentará a una coalición opositora de 28 partidos.
El bloque opositor, denominado Alianza India para el Desarrollo Inclusivo Nacional (INDIA) –un acrónimo que ha generado polémica y ha impulsado al oficialismo a considerar el cambio de nombre del país a “Bharat”–, busca frenar la tercera victoria de Modi, quien goza personalmente de un nivel de aprobación superior al 70 por ciento.



ProgresoSegún un reporte reciente de la ONU, al menos 135 millones de personas salieron de la pobreza en la India entre 2015 y 2021
Pero a pesar de la contundente popularidad del líder indio, Sunjay, un vendedor de 27 años, expresa a viva voz su repudio desde un pequeño local de carteras de cuero (de búfalo, porque la vaca es un animal sagrado) en el corazón de Bombay.
Él, al igual que el jefe de Estado, es hindú, pero dice que siente vergüenza por el trato que reciben los musulmanes y otras minorías. “Yo quiero vivir en un país laico”, insiste. El primer ministro y su partido nacionalista (BJP) son acusados de haber convertido a la India en una democracia étnica basada en la supremacía hindú y en la discriminación religiosa y étnica a las minorías que se traduce en discursos de odio y linchamientos a musulmanes.
El mes pasado, por ejemplo, el ataque a una mezquita, en el que fue asesinado un imán, culminó con el desplazamiento de más de 3000 musulmanes del distrito de Gurgaon. Los señalamientos de organismos internacionales, académicos y periodistas contra el primer ministro indio también se han multiplicado con el correr del tiempo por su poca tolerancia contra las críticas.
Este año, por ejemplo, las autoridades indias allanaron las oficinas de la BBC después del estreno de un documental poco favorable para Modi. En junio, unos días antes de la visita de Modi a Estados Unidos, The Washington Post publicó un editorial que tituló: Biden debería brindar con Modi por India y conversar acerca de la democracia.
Sin embargo, el presidente estadounidense está dispuesto a deslizar algunas falencias de quien podría ser el único verdadero contrapeso a China. “Dos grandes naciones, dos grandes amigos y dos grandes potencias. ¡Salud!”, dijo Biden antes de brindar con su contraparte india.